La estrecha instructora de yoga lo llevaba al límite en cada sesión, pero él sabía que los resultados valían la pena.
La apretada blusa de la madrastra de su amiga dejaba ver sus voluptuosos pechos y no podía dejar de mirarlos.
Con un gesto coqueto, la colegiala se sentó en el regazo de su amante, insinuando que ella sería la encargada de conducirlos a un lugar de placer indescriptible.
La madrastra de su amiga se arrodilló frente a él, con los labios hinchados y la boca abierta, lista para recibir su leche caliente.
En el apartamento, la tensión era palpable mientras ambos se miraban con una intensidad que denotaba su voluntad de no detenerse hasta que sus deseos más profundos fueran cumplidos.
Ambos compartieron un deseo incansable en el apartamento, prometiéndose mutuamente no detenerse hasta que ambos alcanzaran el éxtasis absoluto.