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La madrastra de Antonio tenía un escote tan pronunciado que no podía dejar de mirarlo, aunque supiera que era inapropiado.
La estrecha instructora de yoga lo llevaba al límite en cada sesión, pero él sabía que los resultados valían la pena.
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La pechugona vecina de arriba siempre estaba dispuesta a prestarle azúcar o sal, pero él sabía que lo hacía para llamar su atención.