La madrastra de su amiga se había vuelto su amante secreta, y su apretada intimidad era una adicción que no podía resistir.
La hijastra lo cautivó con su coquetería y lo guió hacia un mundo de pasión desenfrenada, donde ella sería la protagonista de todos sus deseos.
La pechugona vecina de arriba siempre estaba dispuesta a prestarle azúcar o sal, pero él sabía que lo hacía para llamar su atención.
La estrechez de la vagina hizo que su amante quisiera penetrarla una y otra vez, experimentando un éxtasis cada vez mayor en el apartamento.